miércoles, 12 de octubre de 2011

El problema de la identidad

Uno de los problemas filosóficos que recorre la historia de la filosofía es el problema de si seguimos siendo nosotros mismos a pesar del paso de los años y de, si es el caso, qué hace que alguien sea la misma persona tras esos cambios físicos y mentales. Filósofos como Platón, Descartes o Locke han pensado que claro que seguimos siendo nosotros mismos a pesar de los cambios físicos y de carácter que sufrimos a lo largo de los años. Para Platón el alma todavía es algo que pertenece al mundo -en la antigüedad no existía la psicología en sentido moderno, como una disciplina desligada de la biología-, y debido a su naturaleza simple, incorruptible, nunca podrá descomponerse o destruirse como los demás cuerpos de la naturaleza, de ahí que las propiedades que inmediatamente se derivan de su naturaleza son la de ser inmortal y continua. Descartes piensa más en la conciencia, en la conciencia que tenemos de ser nosotros mismos, para explicar el hecho de que nunca dejamos de ser quienes somos. Ahora bien, dicha conciencia es universal, o al menos está presente en todos los seres conscientes de sí mismos, de ahí que su concepción no resuelva el problema de qué es lo que define la peculiaridad de la conciencia que tengo de mí mismo frente a la que tiene el otro de sí mismo. Por último, Locke, filósofo empirista inglés, piensa que es la memoria el criterio decisivo que va a resolver el problema de la identidad. Para Locke, siempre que alguien pueda recordar que es la misma persona, que es ella la que ha hecho y sentido esto y aquello, puede decirse que sigue siendo él mismo. En este sentido, hombres con personalidades múltiples, que no recuerdan ni son conscientes de lo que ha hecho su otra persona, o los amnésicos, que han olvidado completamente sus vidas pasadas, ya no son las mismas personas que fueron en el pasado.


El alma, la autoconciencia, la memoria, ¿realmente son las cualidades que hacen que sigamos siendo los mismos a pesar de los cambios físicos y mentales?.... Yo creo que no, y si no fíjense en Jekyll y Hyde, entre quienes existe una continuidad basada en la conciencia y la memoria - de otra forma, si Hyde no supiera de la posibilidad de convertirse en el Doctor Jekyll o éste no recordara las inclinaciones y costumbres de Hyde, ambos carecerían del poder necesario para escapar a las fuerzas del Estado -, pero son completamente distintos, hasta el punto que cuando aparece Jekyll, Hyde no existe, y cuando surge Hyde, Jekyll desaparece. Siempre me han recordado a los contrarios de Heráclito, como la vigilia y el sueño, la salud y la enfermedad, lo seco y lo húmedo, que son incompatibles, en el sentido de que cuando aparece uno el otro debe desaparecer.


Pienso, más bien, que es la proyección que hacemos siempre hacia el futuro, eso que continuamente proyectamos o aspiramos a ser, lo que define nuestra individualidad. De hecho, veo en esta idea un argumento contra la inmortalidad del ser, o del alma, o del yo, o de cualquier sustancia que pretendidamente nos defina. Si vuelvo la mirada hacia atrás veo claramente que el David de ahora nada tiene que ver con el David de hace, pongamos, veinte años. Sé, por el recuerdo que tengo de mi imagen y por las relaciones sociales que siempre van referidas a mí, que sigo siendo el mismo en el sentido de que un gato sigue siendo el mismo gato a pesar de sus cambios físicos. Podría decirse que sé que soy el mismo en tanto en cuanto es la misma la unidad que define mi organismo, pero dicha unidad viviente nada tiene que ver con mi mismisidad o identidad, que sí ha cambiado, ¡y tanto que ha cambiado¡ Sé que hace quince o veinte años era yo el que jugaba al fútbol con mis amigos o a las damas con mi padre, pero ese yo de entonces es otro al de ahora. Mis aspiraciones, deseos y afanes ahora son otros a los de entonces, por eso, porque consisto justamente en lo que aspiro a ser, mi ser es distinto al de aquel otro David. Creo que a Unamuno y Ortega, en este sentido, nos les falta razón cuando afirman que somos seres hechos para pensar en el futuro, seres todavía no construidos, que por tanto hemos de mirar hacia delante para darnos ese ser que nos falta. Por ello, porque nuestro ser es siempre una aspiración, una proyección, en función de cuál sea ésta, seremos uno u otro.